lunes, 6 de septiembre de 2010

Las Manos de Estrella huelen a Cilantro


Dentro de unas horas es el cumpleaños de mi madre. Por ello, consideré propicia la ocasión de dedicarle esta entrada como regalo de cumpleaños. Lo hago con algo que escribí para el Concurso Anual de Cuentos del aniversario del diario El Nacional. Lamentablemente no gané, ni siquiera quedé entre los tres primeros lugares. Sin embargo, me llenó de mucha emoción el hecho de participar con una historia inspirada en los recuerdos que me llegan de mi madre, cada vez que percibo el aroma del Cilantro . Feliz Cumpleaños Mamá


Las Manos de Estrella huelen a Cilantro
Estrella era la cuarta de los seis hijos de los Pereira, Juan y Eloísa. Nació a mediados del siglo veinte en el pueblo de Los Teques. Para aquel entonces, de clima muy fresco y de neblina perenne, habitado principalmente por inmigrantes europeos quienes se vieron atraídos por ese clima y su relativa cercanía con la capital del país. Juan era un señor rudo y poco apegado al hogar, era alto, blanco y de ojos muy claros, descendiente de españoles, se caracterizaba por un caminar particular, una voz un tanto ronca y su sombrero Pelo’e guama. Estrella le guardaba mucho cariño, ella podía reconocer el gran afecto que su padre le tenía, aunque éste no lo expresara abiertamente. En cambio, la historia con su madre era diferente. Eloísa, a diferencia de Juan, era de tez morena clara, ojos oscuros y el cabello muy liso, con destellos de color plata. A pesar de ser de baja estatura, siempre fue reconocida como una mujer muy elegante. Estrella nunca pudo sentir de su madre lo mismo que de su padre. Eloísa nunca pudo disimular las preferencias por Juancito, y con razón, era su único hijo varón.
Estrella creció rodeada de sus hermanos, cuatro hembras y un varón, todos eran muy parecidos entre sí. A ella regularmente la confundían con sus tres hermanas mayores, Cristina, Claudia o Condolencia, y en menor oportunidad con Coral, a quien Estrella trató con mucho cariño, por tratarse quizás de su única hermana menor. Las cinco hermanas heredaron el color de piel y la estatura de su padre, de su madre heredaron la mirada profunda con el color oscuro de sus ojos, la elegancia y la presencia precoz de canas en el cabello. Todas a excepción de Estrella, cuya cabellera de ébano brillaba y deslumbraba a quien la rodeara. De Juancito se puede decir que era el vivo reflejo de su padre sin el Pelo’e guama.
La niñez y la adolescencia de Estrella junto a sus hermanos, no fue precisamente la más bonita. En oportunidades llegaron a pasar hambre. Juan Pereira, en su ignorancia y debido a su crianza ruda, pecaba en oportunidades de mezquino. Eloísa tenía que arreglárselas para conseguir algún dinerillo extra y los niños tenían que trabajar ayudando a Eloísa en los quehaceres del hogar. Juancito salía a vender arepas y las Hermanas se dedicaban a coser. Cristina aprendió mecanografía y comenzó a trabajar en una oficina, al poco tiempo se casó con un apuesto estudiante de Biología. Condolencia luego se casó con un amigo del esposo de Cristina. Claudia se casó con Félix, el hermano de Eduardo, de quien Estrella estaba perdidamente enamorada. Coral se casó con su novio Fernando, de quien se divorció al poco tiempo y Juancito conoció a Maria T, con quien se casó a tan solo un mes de haberse conocido.
Estrella también se casó con Eduardo, pero para ella la cosa fue un poco más complicada. Eduardo era un chico muy atractivo, su piel era color canela, ojos grandes y oscuros, se podían observar los músculos de sus brazos muy bien definidos a través de su camisa y el derroche de testosterona que esparcía en el ambiente por donde caminaba, la masculinidad hecha persona. Era la década de los sesenta en un país que, apenas, comenzaba a ver la prosperidad y la democracia. Estrella, al igual que sus hermanos, no se percataba de eso. Ella solo soñaba con casarse con Eduardo, quien sí tenía ojos para ella, pero también para otras, “un hombre tan guapo no podía ser para una sola mujer”, a menos que fuera alguien muy especial, y en efecto, Estrella era una mujer muy diferente, no era una mujer común. Esta pareja era algo explosivo, que pena que se encontraban en los Teques y no en Los ÁngelesParís o Montecarlo. Sin embargo, por donde caminaban causaban el mismo impacto que Vivien Leigh junto a Clark Gable en “Gone with the Wind”. Eduardo en un principio no pudo darse cuenta de la mujer que tenía en frente. No la tomó en serio, intento tener con ella una simple aventura, como con las otras chicas, quienes sumergidas en aquella onda de rebeldía y libertad de aquella época, no dudaban en entregar su cuerpo al deseo. Estrella se negó a caer en sus pasiones, a pesar de desearlo más que nadie. Quiso mantenerse virgen hasta el matrimonio.  Eduardo comenzó una nueva relación con otra joven, un tanto alocada, quien tuvo dos hijos de Él, y luego de otros hombres más. Eduardo no hacía más que comparar a Estrella con esta otra joven, sobre todo en la cocina. Había un ingrediente en particular que esta joven a diferencia de Estrella no utilizaba, El Cilantro, ¿Será que el amor huele a Cilantro? Finalmente, Eduardo se dio cuenta de lo que había perdido.
Al cabo de un largo tiempo y muchas lagrimas, Estrella pudo juntarse nuevamente con Eduardo, se cazaron por civil y exactamente un año después por la Iglesia. Eduardo estaba ansioso de tener por primera vez a Estrella, tomarla cómo mujer. Estrella por su parte, no se entregó a Él hasta haber recibido la bendición de Dios, había que casarse de velo y corona. Eduardo se conformaba con visitarla y verla cocinar, Estrella se reunía con sus hermanas y amigos los fines de semana, mientras se divertían escuchando la música que Félix (El Hermano de Eduardo, quien invertía cada bolívar que ganaba en los principales Long Plays de los artistas del momento) colocaba en su tocadiscos. Estrella por su parte, se dedicaba a preparar la más suculentas sopas con su ingrediente especial, El Cilantro, arrancaba unas ramitas del mazo fresco que compraba en el abasto de los portugueses, lo picaba picadito y lo esparcía por el caldo casi al finalizar la cocción. Muchas mujeres lo utilizaban en sus recetas, pero en ella se veía como algo mágico, lucía como la princesa de algún cuento de hadas, hermosa, con su cabellera larga, negra como el ébano y brillante con el reflejo del sol, su piel pálida y sus labios rojos pero finos, muy delgados. Paradójicamente, el rol que ella ejercía era el de hada madrina, parecía realizar un hermoso conjuro de magia blanca al agregarle el cilantro picadito a la sopa, convirtiéndolo en un polvo mágico que contagiaba de alegría y felicidad a quien consumía  sus preparaciones.
Estrella se sentía feliz, finalmente estaba casada con el hombre que amaba, ahora solo había que esperar a los hijos. Ella siempre soñó con verse en una mesa llena de niños, acompañada de su esposo, ver a esos hijos crecer y llenarse de nietos. Lamentablemente, pasaba el tiempo y no quedaba embarazada. Veía como crecían las familias de sus hermanas con sus hijos, la mayoría tenía hembras, excepto Condolencia -fue la única en dar a luz a dos varones-. Estrella no perdía la fe de poder ser madre algún día, es por ello que al lado de su esposo, ayudaba a sus hermanas en la crianza de sus sobrinos. Que bello era ver como se iluminaba el rostro de Estrella  al contemplar a los niños. Estrella y Eduardo se convirtieron en los tíos favoritos, todos los querían visitar y aunque a algunos no les gustara comer la comida de sus mamás, siempre se sentaban a la mesa de sus tíos y se comían todo lo que les ponían.
Pasaba el tiempo y Estrella comenzaba a sentirse un poco frustrada, no podía quedar embarazada, y por otro lado, sufría con Eduardo cuando a éste le negaban el derecho de ver a los hijos que había tenido con aquella joven antes del matrimonio. En una oportunidad, llegaron a hurtadillas al lugar donde estudiaba uno de los niños y este les miró con desprecio. A Eduardo le brotaron las lagrimas de inmediato, la reacción de Estrella no fue diferente, finalmente a los pocos días llegó una buena noticia: ¡Estrella estaba embarazada!. La alegría desbordaba, los vecinos y amigos se acercaban a dar sus buenos deseos y la felicidad de la pareja era evidente, una alegría un tanto efímera, porque a las pocas semanas la tristeza otra vez tocaba la puerta, Estrella había perdido al bebe.
Al poco tiempo intentaron y el resultado fue el mismo, al parecer, un desorden genético en Eduardo complicaba que él y Estrella pudieran concebir a un niño. Fueron en total cinco perdidas, en la tercera oportunidad, el bebé logro durar en su vientre cinco meses. Estrella ya daba por hecho su frustrado sueño de ser madre, el mismo no pudo ser. Mientras tanto, su hermana menor, Coral también había quedado embarazada y dio a luz una pequeña niña a quien Estrella y Eduardo acogieron casi como hija propia.  Coral  tuvo fuertes problemas en su matrimonio, lo que se tradujo en divorcio. La pequeña Diana -así llamaron a la hija de Coral- vino a llenar de felicidad a la desafortunada Estrella y a su esposo, quienes veían cada vez con mayor frustración su sueño de tener al menos un hijo juntos.
Los médicos ya no le daban esperanzas. Estrella estuvo a punto de resignarse, pero una persona especial como ella no se da por vencida. Ella deseaba más que nada en el mundo tener un hijo, y una noche de abril, después de una mágica cena como las que ella acostumbraba preparar, Eduardo la lleno del gran amor que por ella sentía y quedo nuevamente embarazada, sin embargo, en esta oportunidad Eduardo al enterarse ya no sentía felicidad. Era la sexta vez que Estrella quedaba embarazada, él no quería que ella sufriera, por el contrario, estaba preocupado por la reacción que ella tendría al ver su sueño frustrado nuevamente. En cambio Estrella sí tenía fe, ella sabía que esta vez sí daría a luz un bebe a quien le pondría Eduardo  igual que a su padre. Decidieron ir al médico, y este, preocupado también por la situación y sin una pizca de tacto ni de fe, decidió sugerirle a Estrella que abortara y así evitar un dolor futuro. Estrella de manera contundente  rechazó la sugerencia del médico, y este al verla tan decidida decidió apoyarla. Fueron así, los nueve meses más intensos que hasta ahora ella había tenido que vivir: reposo absoluto, no podía levantarse de la cama, tendría que evitar a toda costa cualquier riesgo de pérdida, tuvo dos principios de aborto, pero no se rindió. Como regalo de reyes, un seis de enero comenzó a sentir los dolores de parto, nerviosa comenzó a llamar a Eduardo, quien embargado de la emoción no sabía qué hacer. Los vecinos se alborotaron y se asomaban por las ventanas emocionados comentando -¡Estrella va a parir! ¡Estrella está bajando al Hospital¡-. Todos se asomaban a verlos, ella caminaba poco a poco. Afortunadamente, el Hospital quedaba muy cerca y podían llegar caminando. Fue así como Estrella tuvo a su Eduardito, su único hijo. El Médico sugirió para evitar complicaciones un parto cesáreo, el cual aceptó Estrella gustosamente.Su hijo se llamaría Eduardo como su padre y también como ocho reyes de la corona británica, nacería un seis de Enero, en la noche de los Reyes, de la misma forma en que nació Julio Cesar el Emperador de Roma, por cesárea.
El tiempo fue pasando y Estrella veía crecer a su niño junto a su Esposo, lo alimentaba de la mejor manera. Primero con su pecho, luego con sus papillas, mas tarde llegaron las sopitas y el corazón de la arepita desmenuzado con mantequilla y queso blanco. Eduardo también estaba prosperando, consiguió un buen trabajo en Barquisimeto, una ciudad ubicada en el Interior de Venezuela, famosa por las tonalidades que muestra su cielo al amanecer y antes del anochecer, consecuencia, quizás, de la herida que le abría el obelisco. Aquella figura larga y rectangular con un reloj casi en la punta que pareciera atravesar las nubes y liberar desde allí los más hermosos colores que inspiraban a grandes artistas a componer y a cantar hermosas canciones, hermosas canciones que acompañaron nuevamente a Estrella en uno de sus más grandes dolores. La felicidad no la acompañaba por mucho tiempo, cuando ella creía alcanzarla, algo la enturbiaba al igual que el río turbio que bordea Barquisimeto. Eduardo, su esposo, solo pudo acompañarla en la crianza de Eduardito por dos años. Una extraña enfermedad acabó con su vida dejando a la pobre Estrella viuda. Viuda y con un niño en brazos de apenas dos años.Viuda y sin un techo propio donde vivir. Viuda y sin preparación académica, únicamente la preparación de buena esposa y buena madre, pero no de buena viuda.
Estrella se tuvo que ver obligada a regresar a Los Teques a casa de Eloísa, quien ya se había separado de Juan Pereira y vivía en una casa junto a Juancito con su esposa María T y sus tres niñas. Estrella sentía que usurpaba un hogar que no era el de ella, estaba amilanada, decaída, ya no parecía la misma, el dolor de perder al gran amor de su vida no le permitía ver más allá, hasta que un día Eduardito también enfermó. Estaba empapado de sudor por la fiebre, su pequeña mandíbula vibraba por el frío que el pequeño sentía, produciendo un ruido seco y constante por el chocar de sus dientecitos. Ella, desesperada, lo llevó al hospital cargado en sus brazos, mientras esperaba en aquella emergencia del Hospital Policlínico, llena de gente pobre, impregnada de ese olor extraño típico de los hospitales públicos, una cierta combinación de desinfectante de pino, alcohol y medicinas; la luz blanca , las paredes de blanco en la parte superior y en la parte de abajo de color azul y de textura muy suave por ser pintura de aceite, aunque muy desconchada por los bordes; las puertas viejas de madera ruñida por el tiempo y cubierta de la misma pintura azul. En las afueras se oye la sirena de una ambulancia. Ella mira a su niño con preocupación cuando este se relaja de tal forma que ella creyó sentirlo muerto. la desesperación la invadió, comenzó a gritar como loca -¡mi hijo, mi hijo, no te lo lleves Eduardo, ya sé que te fuiste, pero no te lo lleves a él también!-. Las enfermeras se acercaron a ver lo que pasaba, le quitaron al niño de los brazos y le suministraron a Estrella un calmante. afortunadamente Eduardito tenía un simple cuadro viral y se relajó al quedarse dormido. Estrella se dio cuenta que el dolor de haber perdido a Eduardo se estaba volviendo tan fuerte que si no se recuperaba, también perdería a Eduardito.
Estrella no sabía por dónde empezar, el dolor por la muerte de Eduardo continuaba allí, sin embargo, ya no la debilitaba, al contrario, le daba fuerzas para seguir adelante y comenzar una nueva vida en aquel país tan diferente al de su juventud. Un país que en vez de ver progreso, veía depresión, era la época del viernes negro, y esa Venezuela llena de posibilidades, oportunidades y dinero para todos estaba en el inicio de su declive, el panorama para comenzar de nuevo no era nada alentador. Estrella se dedicó nuevamente a la costura, sus hermanas fueron sus primeras clientas, luego vinieron sus amigas y así se corrió la voz. Muchas mujeres llegaban a casa de Eloísa en busca de Estrella "la modista", sobre todo en Navidad. A pesar de la ausencia de Eduardo, Estrella siempre le brindo unas navidades especiales a Eduardito. El niño Jesús siempre visito su árbol de navidad, en ese árbol no llegaban tantos regalos como en los arboles de sus vecinos, pero siempre lograban sorprender la inocencia de Eduardito. Los días previos a la navidad, el cuarto de Estrella se abarrotaba de telas, hilos, patrones y el estruendoso sonido de su máquina de coser; sedas de múltiples colores, tules y organzas para los vestidos de fiesta de las jóvenes, y para las niñas, telas de cuadros, encajes y tiras bordadas. La casa se impregnaba con el delicioso aroma de la Hallaca. con el dinero que Estrella conseguía, colaboraba con sus hermanas para comprar los ingredientes de tan delicioso plato. Pocos días previos a la navidad, se reunían los hermanos Pereira a preparar tan suculenta tradición. Eduardito junto con sus primas se dedicaban a lavar las hojas de plátano que luego Juancito, el hermano de Estrella, cortaba en diferentes medidas, cada tamaño tenía su función, el resto lo terminaban haciendo Estrella y Condolencia. Los demás se dedicaban a tomar bebidas espirituosas y a hacer bromas en la casa. Eduardito con su picardía se dedicaba a robarle las uvas pasas a Condolencia mientras ella decoraba las hallacas.
La receta de Estrella era bastante sencilla, pero todos tenían que ver con esas hallacas, regularmente se escucha a la gente decir “Las mejores Hallacas son las de mi Mamá” sin embargo en la familia Pereira, todos decían que las mejores Hallacas eran las de Estrella: Estrella preparaba la masa con el caldo del pollo y de la carne, harina de maíz, aceite onotado para darle ese color característico y como secreto, un cubito. Luego preparaba un guiso para el relleno. Para el guiso calentaba un poco de aceite, en ese aceite colocaba una nuez de mantequilla que emitía un sonido muy parecido al de las olas del mar al caer, un poco más tenue y pausado. En esa sencilla música se liberaba el aroma de la mantequilla junto con la cebolla, el primer ingrediente que añadía picadita en brunoise, luego le agregaba el ajo triturado, el pimentón y el ají dulce picado también en cuadritos, el cebollín, el ajoporro y lo que no podía fallar, el cilantro.Allí estaba Estrella la alquimista, aquella mujer cuya misión en el mundo era brindar felicidad, preparando aquella pócima de amor que rellenaría aquel pastel tan especial. Luego de tener bien sofritos los aliños, añadía el tomate bien picadito y algunas alcaparras licuadas haciendo una suculenta salsa, a la que le agregaría luego un poco de caldo de carne res y carne de res troceada previamente cocida, Algún vino dulce de cocina, (que terminaba mayormente en los paladares de Juancito y Eloísa) un poco de mostaza y salsa inglesa; luego preparaba una especie de roux criolla bien ligera que le agregaba al final para espesar el guiso, era hecha a base de harina de maíz y agua. El trabajo en equipo venía a continuación, en la mesa se preparaba un mise in place con los ingredientes por separado, a un lado las hojas, luego la masa, del otro  lado el guiso y en la parte posterior, los adornos que ya había picado Condolencia previamente (Cebolla en aros, Pimentón en Tiras, Pollo Esmechado, Carne de Cochino y Tocino en cubos, uvas pasas y aceitunas). Estrella tomaba una de las hojas, le colocaba una bolita de masa, la cual esparcía muy finamente de manera circular y con un cucharon le colocaba un poco de guiso. Condolencia le colocaba los adornos sobre el guiso y doblaba las hojas, dándole forma a las hallacas, Juan se dedicaba a amarrarlas y a ponerlas a hervir durante una hora.
Estrella nunca perdía oportunidad para acariciar a su hijo, nunca tuvo reparos en demostrarle su amor. Esto causo ciertos celos en la pequeña Diana, al verse desplazada por su primito después de ser ella la consentida de Estrella. Sin embargo, el amor de Estrella hacia Diana siempre fue incondicional. El tiempo continuo avanzando,  los niños continuaron creciendo, Estrella continuo preparando suculentos platos y la casa de Eloísa continuo llenándose de visitas. Los sobrinos de Estrella ya eran adultos y comenzaron a tener hijos a quienes con gusto Estrella colaboró en su crianza. Eduardito salió adelante y se hizo un profesional gracias a los esfuerzos de Estrella, pero nunca pudo darle nietos. Sin embargo, la mesa de Estrella siempre estuvo llena, a pesar de tener poco dinero, nunca le negó un plato de comida a nadie y su mesa siempre estuvo llena de gente, sobre todo niños, hasta que llegó el día en que tuvo que decir adiós para subir al cielo a ocupar el lugar que como estrella le correspondía. Afortunadamente, su amor continuó acompañando a Eduardito, a Diana y al resto de sus sobrinos. Eduardito nunca dejo de comprar el ingrediente especial de Estrella, porque cada vez que percibía el olor fresco del cilantro, miraba en la noche al cielo estrellado tratando de adivinar cuál de esas estrellas era su madre. Aquel olor particular le recordaba el amor de aquella mujer que tanto lucho por tenerlo, verlo crecer y educarlo. Eduardito podía sentir las cálidas caricias de su madre en el rostro, caricias de manos que huelen a Cilantro.

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